Mulholland drive: la carretera de los sueños


Ni que decir tiene que David Lynch es uno de los directores vivos más interesantes y arriesgados del panorama internacional.
Asociar la palabra "polémico" a su cine parece ya casi una redundancia, y aunque su enorme capacidad imaginativa parece ser aceptada por casi todo el mundo, las reacciones a su filmografía vienen a menudo lastradas por un cierto fanatismo tanto por parte de sus, en ocasiones, demasiado fieles seguidores como por sus detractores. Con relativa frecuencia los críticos y líderes de opinión cinematográfica se dejan llevar por el nombre de este cineasta y encumbran o infravaloran películas sin ni siquiera haberse esforzado a pensar sobre ellas.
Por ello creo que una opinión escéptica con la fama de Lynch y libre de prejuicios, es la más válida para describir sus films. Con esa intención, y desde un cierto desconocimiento y neutralidad ante su obra, me gustaría escribir unas líneas sobre una de las más famosas y características películas del realizador, Mulholland Drive.

Es curioso el hecho de que, si tenemos en cuenta la progresión dramática clásica, la película es un cortometraje de veinte minutos sobre el desamor homosexual. Y si vemos esos veinte minutos finales sin ver las dos horas anteriores y nos ponemos a analizarlos, vemos que lo que se cuenta es una historia bien narrada y estructurada, con un guión inteligente, una maravillosa música y unas excelentes interpretaciones. Nada excepcional, por supuesto.
Lo excepcional son las dos horas anteriores, porque lo que vemos previamente es, lejos de lugares comunes, el sueño (con sus dos acepciones) puesto en imagen. Y contrariamente a lo que pudiera parecer, no se ha de entender esta ensoñación como algo abstracto o surrealista, porque la mayoría de escenas entran en lo comprensible y lo verosímil. Entonces, ¿a qué me refiero con "sueño puesto en imagen"? Pues muy sencillo. Lo que hace Lynch, y por lo que te deja con la boca abierta cuando has tenido tiempo de reflexionar unos momentos, es trasladar la estructura de cómo soñamos al lenguaje cinematográfico.
Escenas deshilachadas entre sí se suceden en una carretera que conduce al universo lynchiano lentamente, mientras el espectador se desliza sin querer darse cuenta a pesar de las señales (los ancianos sonrientes, el cowboy AKA Lynch en pantalla...), y cuando ya llevamos un buen rato en el mundo de David, cuando todo parece que deja de tener un sentido lógico, llega la conclusión final y nos damos cuenta que las piezas del puzzle que deseábamos resolver no encajan entre ellas, que son meros apuntes subconscientes que nos otorgan un papel interpretativo, en el cual se nos hace imposible discernir cuáles de los sueños de Diane/Betty son reales o simples deseos y cómo se sucedieron los hechos (si es que lo hicieron) en realidad. La moraleja, al final, se nos presenta cruel aunque real, sin azúcar: por mucho que soñemos no podemos cambiar lo que ya ha sucedido.

Por supuesto, no es casualidad que la historia se ubique en Hollywood, ni que la protagonista sea una actriz que sueña con introducirse en el mundo de los grandes estudios, ni la dualidad rubia americana/morena extranjera ya presente en otras obras del autor. Y es que como en la magnífica Blue velvet, la bella capa superficial del mundo de las estrellas, ésa que asombra a Betty al salir del aeropuerto de Los Ángeles, esconde un iceberg de suciedad sórdida y cruel, una putrefacción que, como la oreja de Lamberton o el cadáver de Diane, nos cuesta asimilar.

La estructura del film, si uno no presta toda su atención, puede parecer tremendamente complicada, puede hacer que nos desentendamos y desconectemos de la película, más si tenemos en cuenta las pocas pistas (aunque suficientes) que en esta ocasión se nos ofrecen.

Curiosamente, esta cinta recuerda más a otras como Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Gondry, 2004) que a la última película del realizador, Inland Empire, ya que a diferencia de ésta, Lynch no se deja dominar completamente por la búsqueda de un nuevo lenguaje, no antepone su universo fílmico y teórico a una historia, no se olvida del espectador. Mulholland Drive es, en comparación con la última obra del autor, menos depurada teóricamente en la evolución comenzada con Lost Highway, pero sin duda es mucho más entretenida, mucho más bella (cómo olvidar por ejemplo la pulsión de la escena erótica de las protagonistas) y quizás contiene mucho más cine que aquélla, pues al contrario de la citada, es completamente disfrutable y admirable sin tener que descifrar una sinopsis, como si se tratara de un buen cuadro abstracto.

Caché: Memoria y miedo


Debo confesarme antes de expresarme: ésta era la primera película de Haneke que veía. Me lo habían recomendado, me habían dicho que por su estilo seguramente me gustaría... pero nada.
Como casi todo en esta vida, las cosas buenas llegan sin buscarlas, y en esta ocasión no fue excepción que confirma.
El caso es que haciendo zapping en uno de los pocos momentos en que veo la tele, llego a La 2, et voilà, emisión de película buenísima pagada con nuestros impuestos. Ya era hora.

La cinta viene alabada por dos de los premios más importantes a nivel mundial actualmente, el de mejor dirección y el FRIPESCI de un festival tan prestigioso como el de Cannes. Y ya desde la primera toma, te das cuenta que es chicha de Cannes: encuadre fijo de varios minutos de una calle residencial, y de repente, después de unos créditos por lo menos originales, la imagen rebobina y avanza, y unas voces en off hablan sobre la imagen que ven. En ese momento parece imposible no ver lo que nuestro amigo Michael nos quiere decir, algo así como "Eh, aquí estoy yo, yo soy el dueño y señor de esta ficción y voy a hacer lo que me salga de mis pelotas austríacas me plazca con ella". Y lo cumple, porque a partir de ese momento el director no se cansa de jugar con sus personajes y jugar asimismo con nosotros, tensando la cuerda a lo Hitchcock, haciéndonos pensar, modificando el lenguaje del cine de una manera sutil e integrada.

Pero Haneke no se queda, menos mal, en escritor con estilo y sin historia, y nos presenta rápidamente a las piezas del puzzle: una familia francesa de clase-media alta, aparentemente feliz, empieza a recibir cintas de vídeo en las que se observan imágenes de su calle y de su casa, unidas a dibujos infantiles macabros y a llamadas telefónicas sospechosas. Una sinopsis así, firmada con brío, podría dar a un más que decente thriller psicológico, pero claro, Haneke no se iba a conformar sólo con eso. Las cintas de vídeo, en esta película, son algo así como una espinita clavada en la planta del pie; al principio uno no le da importancia, no es nada serio, pero la espina sigue ahí, y poco a poco va causando dolor, infección, afectando a otras partes del cuerpo, revelando culpas y miedos ya aparentemente olvidados. Haneke sabe que no es oro todo lo que reluce, así que coloca su monolito en la luna, observa y toma nota.

La película tiene al menos dos capas de significado claramente observables: la que se refiere a miedos y memorias individuales (protagonista y su familia) y la que se refiere a lo mismo pero en el ámbito colectivo (Francia y su pasado reciente). A nivel de las relaciones familiares, el director nos muestra con escepticismo la situación de una familia normal, bienestante, y nos plantea que el suelo que sostiene la estructura no es tan sólido como pudiera parecer. Y la familia feliz ya no es tan feliz: el padre (inmensa interpretación de Daniel Auteuil) vive con una alta carga de culpa a causa de un suceso de su infancia y es incapaz de confiar en sus personas más allegadas; la madre sólo puede consolarse con un amante, mientras que el hijo, en plena adolescencia, no parece encontrar el necesario apoyo de sus padres. Y es aquí cuando el fantasma del pasado se hace evidente de manera genial y metafórica: el niño argelino, abandonado por sus padres adoptivos y su hermanastro francés, se ha hecho mayor y malvive con su hijo joven en un apartamento. Su suicidio (uno de los planos más sobrecogedores que he visto en una pantalla) es inevitable ante el olvido sistemático por parte de Francia.
Sí, digo bien, de Francia, porque tras el suicidio empiezas a atar cabos de la sobrecogedora metáfora que Haneke se ha sacado de la manga para describir la situación de los países en vías de desarrollo en relación al mundo occidental. Y empiezas a darte cuenta de los detalles previos: la tonta discusión con el inmigrante al salir de casa, la inmensa biblioteca presidida en su centro por un televisor siempre encendido que emana una constante paranoia xenófoba, la acusación del secuestro hacia el hombre argelino y su hijo, el gallo decapitado...
Todo forma parte de lo mismo, y nos habla de la historia de Francia de los años 60 hasta la actualidad: un buen día, la Argelia adoptada se convierte en un problema para los padres franceses, que deciden abandonarla a su suerte ante la mirada pasiva de su hermanastro, que vive, rico, pero con una alta carga de culpa escondida tendiente a florecer. El hermano argelino, pobre, tiene un hijo que ha visto las penurias del padre y no quiere agachar la cabeza sino reivindicar ("sólo quería saber lo que se siente al cargar con un hombre") en voz alta. El francés mira para otro lado, le pide que no alce la voz porque se avergüenza delante de sus hermanos occidentales. Haneke, con su famoso plano final, a parte de hacerse él mismo patente y hacer cavilar al espectador poco ávido un poco más, nos muestra el futuro de dos jóvenes, uno argelino y el otro francés, condenados a entenderse.

En resumen, una impresionante y sobrecogedora película, una verdadera obra abierta y arriesgada, que desgraciadamente ha sido infravalorada por el público.

Monstruos invisibles: Flash


Hace poco, gracias a la recomendación de un fella muy "xulu", compré y leí esta novela del conocido y buen autor americano Chuck Palahniuk, sí sí, el de El club de la lucha.
Pues bien, aunque no era la primera novela (en concreto la tercera) que me leía de este provocador contemporáneo por excelencia, no cesó de dejarme con ese regustillo agridulce de sus novelas y me sorprendió, aunque todo hay que decirlo, bastante menos que las dos anteriores.

Como viene siendo habitual a lo largo de su obra, nuestro amigo Chuck se mofa de la sociedad occidental actual y más concretamente de la estadounidense. En esta ocasión, sus envenenados dardos van cargados con un veneno al menos tan extravagante como el de Asfixia, y su destinatario es el narcisismo dominante en el mundo en que vivimos. Pero no se queda ahí, sino que hace un estupendo análisis (posiblemente lo mejor del libro) de la visión de la homosexualidad por parte de la, según su parecer (y según el mío también), hipócrita sociedad estadounidense.

La novela también nos presenta uno de los recursos estílisticos más usados por su autor: los saltos de tiempo. Este recurso permite a la obra ser un puzzle incompleto en tiempo y en descripción de personajes; y es que a medida que vamos colocando piezas entendemos no sólo la linealidad temporal (y espacial) de la historia sino además la definición de sus personajes, sobre todo de la principal, ya que aunque el narrador coincida con la protagonista de la historia su descripción mediante el monólogo interior es muy escueta y nos transmite una sensación de vacuidad.
Como en El club de la lucha, este libro empieza por el final. Y como en aquél, no entendemos absolutamente nada de este final, ni quienes son sus personajes ni qué motivaciones han provocado que lleguen a esa situación. A lo largo de la primera parte, cuando ya conocemos a sus protagonistas, seguimos sin entender cómo será posible ése final, porque echamos en falta una relación causal evidente. Y eso es lo que te atrapa de la novela, porque aun teniendo en cuenta que su estructura principal está basada en un Whodunnit? bastante simple (aunque cargado de significado), esta especie de road book está recubierto de capas de sentido, personajes peculiares, situaciones extravagantes y diálogos que van un paso más allá de la profundidad hasta llegar a ser pura esencia del pensamiento de sus protagonistas y de la sociedad que los condiciona.

Una vez más, el autor nos plantea una de sus obsesiones: la doble personalidad. No sólo nos presenta la clásica dicotomía persona interior/personaje exterior sino que nos habla de la máscara que supone el maquillaje, el cambio de sexo y la cirugía estética, y cómo estos elementos construyen un mundo de apariencias, donde si se está fuera del cánon de bello/joven/heterosexual uno se puede convertir en un monstruo invisible, cosa que, si tenemos en cuenta las características de nuestra sociedad, es aparentemente lo peor que te puede ocurrir.

A pesar de sus aciertos y a diferencia de El club de la lucha y Asfixia, ésta me parece una novela algo fallida. Primeramente, su objetivo de descripción y crítica de un sistema social narcisista, drogado con productos farmacéuticos, homófobo e hipócrita queda algo emborronado por la extravagancia y en ocasiones inverosimilitud de sus situaciones y personajes, que llegan a resultar ajenos y poco humanos, aunque éste sea precisamente uno de los objetivos del autor. Esta cierta falta de interés que provoca viene secundada por la utilización del tiempo en la novela y la estructura en forma de puzzle que antes comentábamos, que a veces destila un olor a innecesidad y a tedio, más si tenemos en cuenta que su único sustento es descubrirnos who have done it y otros fuegos de artificio más (algunos bastante previsibles).
Sin embargo, leer esta obra merece la pena, y aunque posiblemente no sea la mejor del autor, sí que se observa en ella sus obsesiones, aciertos y fallos, además de hacernos reflexionar sobre el componente altamente narcisista y suicida de nuestras vidas.

Dame más novelas buenas, Chuck.
Flash

Años mágicos de cine (1): 1954


Hoy viernes, al igual que la mayoría de los cines de este peculiar país, estoy de estreno. Inauguro una nueva sección en este blog/diario personal, y espero que no sea una sección de una sola entrada, como otras que he hecho por aquí.

Como bien indica el título, en esta sección voy a repasar años excepcionalmente prolíficos en cuanto a la calidad de las películas presentadas, calidad, claro está, desde mi punto de vista.

1954 fue un año verdaderamente importante en la historia, y aunque no ocurriera nada demasiado importante, si que es uno de esos años prototípicos de guerra fría, Plan Marshall y inicios de una globalización (en el buen sentido de la palabra) del arte en general y del cine en particular. Mientras los EE.UU. hacían pruebas con la bomba H, Elvis editaba su primer disco y en Cannes -de actualidad por estos días- se confeccionaba lo que sería su seña: la palma de oro, el cine de Hollywood comenzaba una de esas sacudidas que no provocaron otra cosa que el ascenso fulgurante de otras cinematografías, europea y asiática, básicamente.

Mientras que McCarthy y la televisión hacían estragos en el modelo de negocio del studio system, en Europa se vivía un contexto muy diferente. Los principales países europeos comenzaban a salir de la postguerra, y con el crecimiento económico las prioridades empezaron a ampliarse, siendo el cine uno de los primeros beneficiados.

En Estados Unidos, el maestro Hitchcock vivía sus años de máximo esplendor. No sólo presentaba una de esas películas mágicas por la capacidad de crear más con menos (La ventana indiscreta) sino que por si fuera poco estrenaba en este año una que está en mi top-5 del realizador sin duda: Crimen perfecto. Elia Kazan, por su parte, rodaba quizás su película más conocida, La ley del silencio, moralmente despreciable pero todo un ejemplo de lo que el realizador era capaz de hacer en imágenes y una magnífica muestra del clasicismo negro hollywoodiense. También hay que destacar otras tres obras, que aunque no he tenido ocasión de ver todavía, no cabe duda que se recuerdan como grandes: La condesa descalza, de Mankiewicz, Johnny Guitar y Deseos Humanos, del gran Fritz Lang.

El cine americano, a pesar de las exquisitas muestras comentadas, queda bastante mal situado si lo comparamos con la calidad artística rompedora, sugestiva y profundamente atrayente del cine europeo y japonés.
Por aquel entonces en nuestro continente, si había una cinematografía dominante esa era sin duda la italiana. Los movimientos del nuevo cine europeo todavía estaban en su fase embrionaria, y de la condición crepuscular del movimiento neorrealista surgieron tres films imprescindibles para entender todo el cine que vendría después en Italia y Europa. Me estoy refiriendo a La strada, consagración del maestro Fellini con su gran obra maestra y una de las películas favoritas del que escribe; Senso, de Visconti; y por último (primera quizás en importancia cinematográfica) Viaggio in Italia, de Roberto Rossellini, precursora de la modernidad.
Otras propuestas interesantes en el panorama europeo de aquel año fueron las españolas Cómicos y Novio a la vista, de Bardem y Berlanga, y Una lección de amor, de Bergman.

Pero, sin duda, si algún país vivió en aquel año un florecer asombroso ese fue Japón. No hace falta decir que los nipones vieron su época dorada en los 50 y 60, gracias sobre todo a Kurosawa, Mizoguchi y Yasujiro Ozu, y quizás 1954 fue su mejor año. La lista de filmes imposibles de obviar es muy larga, desde las impresionantes Los siete samuráis o El intendente Sansho a las profundas Los amantes cruzificados o La voz de la montaña, de Noruse, pasando por Samurái o La mujer crucificada. Todo ello regado con la palma de oro en Cannes de La puerta del infierno, de Teinosuke Kinugasa, curiosamente una película totalmente olvidada y quizás (no he tenido ocasión de verla) sensiblemente inferior a sus contemporáneas. En todo caso, este premio era una señal de la apertura de miras del cine hacia propuestas de todo tipo y de todo país, cambio que supuso la época dorada mundial del cine sonoro en los años siguientes.

Séraphine: La cenicienta modernista


Hace tanto tiempo que no entraba en mi blog que he tenido que barrer telarañas y recolectar musarañas, y al leerme las críticas de nuevo me han entrado ganas de dejarlo e irme a tomar unas cañas.
Uf, estoy poético hoy.

Poético como las imágenes que nos trae Provost en la película que sin demasiada voluntad crítica comentaré hoy, Séraphine, ganadora de casi todos los premios César (aunque no creo que los premios académicos signifiquen nada, más allá de márketing).
Basada en la vida de Séraphine de Senlis, pintora de la cual servidor -de usted y de aquél que me invite a patatas bravas- no tenía conocimiento, la película narra un tranche de vie de la artista, desde los 42 años hasta su muerte.

Lo primero que nos sorprende al ver la sinopsis es el hecho de que esté protagonizada por una mujer, artista y encima poco agraciada. Me direís: "Pff, eso ya lo habíamos visto en Frida". Pues no. Porque por mucho que la cejijuntezcan, Salma Hayek no es precisamente gorda, fea y no tiene una cara de francesa que tire para atrás. Yolande Moureau sí.

Es precisamente en el personaje principal donde el film se apoya, y ello no es para nada erróneo si tenemos en cuenta la impresionante interpretación de Moureau. Quizás muchos consideren este film como un biopic, pero no estoy de acuerdo si notamos que por una parte no se toma toda la vida de la artista y por otra no se da (ni se insinúa) ningún juicio moral sobre la persona, habitual en este tipo de films.
Viéndola me da la impresión de que se ha hecho un gran esfuerzo por desdramatizar, por hacer un ejercicio de "esto es lo que hubo, yo sólo muestro", y quizás este esfuerzo sea forzado desde el guión, porque desde el punto de vista de la realización se nos componen planos con fuerza dramática magistral, de ésos que abres los ojos bien al máximo para apreciar todos los detalles. Una excelente dirección artística y fotografía completan el asunto.

Séraphine es la historia de cenicienta, una cenicienta sin hada madrina, un hombre elefante sin Hopkins. Uhde, que en teoría parece que va a cumplir ese papel, desaparece de su vida repentinamente por causas bélicas, y cuando reaparece, ya crepuscular, es demasiado tarde para parar a un monstruo creado por él. Y es que es cierto que Séraphine tiene un contacto casi animista con la naturaleza, una autonomía sorprendente y una capacidad artística importante, pero también hay que decir que si Uhde no se hubiera interpuesto en su camino su situación no habría variado, habría seguido siendo esa pobre cenicienta que limpia la casa de la madastra malvada. El marchante de arte acciona el conflicto (narrativo y psicológico de la protagonista) y después huye de él, preocupado por sus propios problemas.

La película tiene algo que no me convence: en ocasiones repite hasta el extremo situaciones sutiles y expresa sutilmente situaciones que necesitan más explicación. Tomemos por caso la cantidad de veces que se nos muestra el proceso creativo místico de la pintora. Se cierra en casa, alguien viene a picar a la puerta y ella no quiere saber nada de ellos. En cambio, el personaje de Minouche, el novio de Uhde y sus amigos burgueses están dibujados arquetípicamente, no sabemos casi nada de ellos aunque parezcan importantes en la historia.
Por último, hermoso final de película, interrumpido por algunas escenas de un hospital mental, escenas sin ningún tipo de interés a mi juicio, ya que no aportan prácticamente nada a la historia que no haya sido mostrado antes.

En resumen, una buena película pero que no me llega a transmitir su potencial a causa de un excesivo hermetismo en determinadas partes y un guión quizás poco claro y/o estructurado en cuestión de personajes y progresión dramática.

Ginger e Fred: Ma la luce non torna più

Sono tornato. Últimamente he estado viendo sólo películas antiguas a causa de un aparente vacío cualitativo en cartelera y un vacío de ganas por parte mía en ir a buscar propuestas interesantes.
No importa, si algo caracteriza al cine es que por muchas películas que veas siempre te quedarán más y más por ver, así que uno se disfraza de abeja polinizadora (la primavera es lo que trae) y va de flor en flor seleccionando aquellas cintas que, por argumento o por afinidad con el autor, le apetece ver.

Es el caso de una de las mejores que he visto últimamente, de visionado casi obligado pero no por ello menos disfrutable. Se trata, como ya podréis haber adivinado, de Ginger e Fred, de la última época del maestro Fellini.

Es inconfundible al ver esta película el sello del director italiano, ya que en ella aparecen algunas de las obsesiones, tanto narrativas como estéticas, presentes a lo largo de su obra. La cinta se inicia como un viaje, un trayecto desde la estación de Roma a los estudios de televisión por parte de Amelia-Ginger, interpretada por una magnífica Giuletta Masina, cuyo envejecimiento a lo largo de la filmografía de Fellini se presenta como un álbum fotográfico en movimiento de su propia vida. El trayecto por Roma vuelve a recordar a ese dibujo de la ciudad como vorágine, hogar de la vida decadente, vacía y mistificadora que ya se mostraba en cintas anteriores como Roma y La dolce vita.
Ya desde ese momento, en lo que es un inicio de primer acto prodigioso, podemos observar los tres temas principales de la cinta, esto es; la crítica al espectáculo televisivo/publicitario como un elemento aculturalizador e inquietamente omnipresente, la trifurcación mediante el disfraz y el maquillaje de la realidad/ficción/representación y la vuelta a un pasado glorioso como toma de conciencia del paso del tiempo.

El primer tema se nos muestra de manera explícita; en prácticamente cada plano hay una televisión encendida y/o un anuncio a todo color, barroco, incluso hortera. Los personajes que aparecen en la primera parte de la cinta parecen obsesionados y abstraídos con la fuerza de atracción televisiva, olvidando sus funciones vitales y profesionales. Lo curioso es que la narración no se queda ahí, sino que muestra la televisión por fuera pero también por dentro, en el si del programa donde Ginger y Fred harán su última actuación. Si la visión inicial de la emisión televisiva ya es desalentadora, la posterior, en que se muestran los mecanismos de producción de un programa tipo Noche de fiesta, es casi siniestra. La fugacidad, falsedad, vacuidad y la obsesión por esos 15 minutos de fama que diría Warhol se hacen patentes como elementos característicos de la TV. Además, todo este circo también le sirve a Fellini para mostrar un extenso catálogo de personajes dibujados y profundamente característicos que hoy en día llamaríamos freaks.
En este entorno se produce lo que podríamos llamar imagen de la decadencia, en la que varios de esos freaks configuran una escena profundamente simbólica en el exterior de una discoteca, bailando sobre un paisaje desolado, escena de la cual Amelia rechaza participar, en una clara alegoría de su profundo sentimiento de desubicación.

Esa visión de la televisión como creadora y destructora de mitos fugaces es otro de los puntos clave de la cinta, puesto que se relaciona con el segundo tema, lo que comentabámos antes sobre la realidad y la representación. Amelia y Pippo como Ginger y Fred, y la comunión de dobles que los acompañan en el autobús marcan esa tendencia posmoderna de la búsqueda de mitos ante la ausencia de un referente religioso o familiar. Se produce aquí uno de los elementos clave en el cine del maestro italiano: la representación dentro de la representación. Mastroianni y Masina no sólo deben interpretar a los personajes sino que además deben interpretar a los personajes que interpretan los personajes. Otra vertiente de la representación se produce en la vida pública, donde personajes claramente vacíos, fracasados (como por ejemplo Pippo) maquillan sus experiencias, ofreciendo una visión exterior totalmente distorsionada de su yo interior.

El tercer tema principal es el del paso del tiempo y su virtud desubicadora. Esto se produce cuando las personas envejecen y se quedan estancadas en un fragmento de tiempo que no corresponde a la sociedad, que evoluciona hacia otros derroteros. Otro aspecto de ese paso del tiempo es su virtud aleccionadora, en que una revisión de tiempos pasados ayuda a reflexionar sobre la propia vida cuando ésta llega a su fin y a tomar conciencia (a veces en un proceso trágico) del momento que se vive.
Todo este tema se empieza a poner en evidencia cuando Pippo, borracho (otro síntoma de decadencia), no reconoce a Amelia. Esa toma de conciencia del paso del tiempo se va haciendo más grande a medida que los personajes se desilusionan al darse cuenta que su pasado glorioso ya pasó, y que de estrellas de la imitación han pasado a un mero espectáculo más, con la mera voluntad de dar paso a otro no mucho más importante y fugaz que el suyo.
El punto álgido de ese darse cuenta se da en la mejor escena del film (y una muestra más del genio felliniano), cuando en medio de sus últimos 15 minutos de fama, la luz se va en plató y con ella la magia veladora de la televisión; los personajes quedan expuestos tal y como son y es entonces cuando Pippo-Fred pronuncia la frase que mejor resume este tercer tema clave del film: Ma la luce non torna più. Sin embargo, esa desilusión que se provoca al despertar del sueño se vuelve ilusión o cuanto menos aceptación al descubrir la luz, el velo del espejo, y verse tal y como se es.

En conclusión, una obra maestra seguramente infravalorada si la comparamos a las grandes cintas de Fellini, pero digna a mi entender de pertenecer a ese limbo del realizador italiano y del cine en general. Una película repleta de símbolos y de significados subyacentes, un prodigio de realización e interpretación y aderezada con ese toque de melancolía agridulce mágica que me gusta tanto y que la convierte en un film mítico.

12 angry men: Justicia a ciegas



Desde que comencé este blog no he tenido costumbre de hablar sobre películas que no fueran estrenos, más que nada porque me parece una tarea dificultosa y/o inútil hablar sobre algo de lo que ya se ha hablado mucho; es lo que se conoce vulgarmente como "remover la mierda", y creo que es algo que no tiene mucho sentido a menos que quieras aportar una visión diferente. También, por supuesto, que sólo merecería la pena hablar sobre las grandes obras del siglo XX, y hacer un análisis sobre las mismas provoca a menudo el temor de enfrentarse a algo demasiado complicado para una mente tan limitada como la mía.

Hoy romperé la regla, y aunque probablemente no aporte nada nuevo sobre la ópera prima de Lumet, he estado pensando sobre ella y me apetecía vaciar esos pensamientos en algún recipiente. Como no tenía un barreño a mano lo hago en este blog, que es más limpio.

El argumento que nos ocupa, ya de sobras conocido, sería algo como esto: En un juicio por asesinato, el jurado se sienta a deliberar su decisión, y aunque todo el mundo señala al acusado como culpable, un hombre alberga dudas todavía sobre su inocencia. Poco a poco, irá convenciendo a los otros once de que existe una duda razonable sobre el caso.

Lo primero que nos sorprende en el film es el aire teatral que transmite (escenas interiores casi al 100%, presentación de espacios de manera lineal...). Esto no tiene por qué ser un problema, ya que muchas obras teatrales han sido adaptadas al cine con suficiencia y en ocasiones (y ésta sería un buen ejemplo) excelencia. Se me viene a la mente Doubt, que comenté hace poco en este blog y que por cierto guarda bastantes similitudes con Twelve Angry Men.

Entrando en materia, podemos calificar el principio de la obra es un ejemplo magnífico de presentación de espacios y personajes, intuyendo a través de los diálogos su personalidad y su punto de vista sobre el veredicto. Y es que el guión de esta película es uno de los mejores y más redondos que he tenido ocasión de disfrutar, un guión que tendría que servir de ejemplo canónico del cine clásico. A lo largo de la cinta veremos, a través de unos diálogos excepcionales, profundos y muchas veces implícitos, la evolución que sufre cada personaje y las diferentes capas de sentido que tiene la película.

La realización, sobria y elegante, sin artificios, se ajusta perfectamente al guión, dejando que sean los actores y sus diálogos e interpretaciones los que construyan el film, procurando, en un ejercicio de cine clásico, establecer el mejor punto de vista de la situación. Un aspecto destacable sería sin lugar a dudas la dirección de fotografía, muy cuidada y realmente adecuada a la cinta. Ésta está realizada por parte de Boris Kaufman, que a buen seguro os sonará, pues no es otro que el hermano de Dziga Vertov y fotógrafo asimismo de películas como Zéro de conduite de Jean Vigo y On The Waterfront, de Elia Kazan.
El hecho de contar con un reparto tan extenso y donde todos tuvieran más o menos la misma importancia hace que nos sorprendamos todavía más del acierto en cada uno de los actores escogidos, que rayan a un nivel perfecto durante toda la obra. Aunque ciertamente el protagonita pueda ser un más que correcto Henry Fonda en su papel de hombre impasible, no podría destacar a ninguno por encima del resto, mostrando perfectamente diferentes puntos de vista y diferentes rasgos humanos en cada uno de ellos.

Y es que la película es mucho más que una lucha de testosterona que nos muestra el machismo en la vida pública de la época, es también una profunda reflexión sobre el sistema de justicia y su funcionamiento en el seno democrático en general y estadounidense en particular. Se intenta, a través de unos personajes anónimos (no conocemos sus nombres, sólo sus números), ver representados los diferentes grados de confianza en la justicia y responsabilidad social, y en este aspecto los personajes son alegorías de prejuicios, de irresponsabilidad social, de miedos y de ignorancia. La cinta hace preguntarnos hasta qué punto las experiencias personales intervienen a la hora de ejercer un derecho/deber democrático y aceptar que siempre y cuando humanos decidan sobre humanos, existirán factores más allá de las pruebas científicas.

Es ésta, pues, una de las mejores óperas primas de la historia del cine y el causante de que a Lumet se le diagnosticara el síndrome Orson Welles; es decir, empezar en la montaña más alta de la cordillera para ir escalando después picos más bajos.

Slumdog Millionaire: Más millionaire que slumdog

Hoy voy a hablar (como algun anónimo demasiado conocido ha pedido) sobre la peli que ganará el Oscar a la mejor película, ¿no? Yo de vosotros no estaría tan seguro. Cierto es que ha recopilado tantos premios que ya no les deben caber en la estantería, cierto es que los recientes intereses de Hollywood en Bollywood (esta frase me suena rarísima en todos los aspectos) hacen que sea necesario desde el punto de vista del márqueting un premio así, y cierto es que crítica y público la han aclamado como film del año.
Pero, si algo he aprendido con los años (lo que demuestra que no es muy difícil darse cuenta, porque no soy Gandalf precisamente), es que los Oscar son otra historia. Ellos van a su bola, les da igual todo lo anterior. Son terriblemente arbitrarios y asombrosamente sorprendentes, y no dudarán en ser salmones si así les viene en gana. ¿Os acordáis del Oscar para Crash, cuando estaba cantado para Brokeback Mountain? ¿No? Bueno, fue hace cinco años, lo comprendo. Pondré un ejemplo más reciente. The Dark Knight. Ahora sí, ¿verdad?

Sinceramente, aunque de las cinco nominadas me sobran casi tres (y aun me quedan dos por ver), la peor de ellas es posiblemente ésta. Ojo, no hablo ni de realización, ni de técnica, ni de actuaciones, ni de fotografía, ni de escenografía. Únicamente estoy hablando de película; así, en general, y por supuesto según mis gustos personales.
¿Por qué? Muy fácil, la razón más sencilla del mundo del cine. Un mal guión. Cierto profesor mío dijo una vez, citando seguramente a alguien que ahora no tengo ganas de googlear: "Una película con un buen guión puede ser una buena o mala película, pero una película con un mal guión nunca será una buena película". Esta frase, a parte de la ya mítica "No la quiero buena, la quiero el martes", me quedó marcada, porque pocas veces he visto afirmación más cierta.

Los que me conozcan sabrán que me repatea ver una vez y otra y otra la misma estructura de guión, que ya se usaba en los años 20 (los que vean la película sabrán de qué estoy hablando).
Esta película está basada en la premisa básica que el espectador se lo tragará todo. No pasa nada si una historia es poco verosímil, si no todas las películas serían documentales, y ni eso. Lo que no se puede hacer es no ser consecuente con la historia que estás narrando. No puedes hacer personajes tan tipificados como los que vemos aquí, los cuales son increíblemente planos y sin ninguna evolución psicológica, al menos a mi modo de ver, cuando han vivido tantas experiencias que neces les han hecho cambiar (este es uno de los puntos con los que se diferencia esta cinta de la enorme Ciudad de Dios, con la que ha sido [ja-ja] comparada). Los malos son muy malos y los buenos son muy buenos.

Decía Jordi Costa en su crítica en El País: "Boyle logra que los vistosos árboles del filme no dejen ver el bosque". Pues yo lo vi. Admiro el aspecto técnico o artístico de esta película, me parece muy bueno, un montaje impresionante, fotografía, localizaciones e incluso música. Pero los vacíos en el guión (que obviamente no argumentaré), el recopilatorio de tópicos y la estructura de película de studio system con tufillo moralista a lo Capra (que encima quieren disimular) me borran de la mente la buena mano del director y sus ayudantes.

Y mirad que es una pena. Porque la película empieza de una manera casi brillante. Una presentación de la acción y personajes más que correcta, un ritmo muy bien llevado, una estructura de flashbacks bien realizada (estás deseando que llegue el siguiente) y lo que más me gustó: un deje de cine de denuncia, crudo, que, pese a ser un tanto maniqueo en ocasiones (lo cual es perfectamente comprensible), hace que la cinta se disfrute. Pero entonces, la cosa se tuerce, y lo que podría haber sido una oportunidad perfecta para tratar un tema realmente interesante, con un argumento original y regado con una realización digna de elogio, se queda a medio camino por la inclusión idealista, falsa y evasionista de la historia de amor tipo. El mismo regalito de siempre envuelto en papel de muchos colores, exótico y Bollywoodiense, disfrazado de "indie" y/o "indio" (perdón por el chiste fácil) para que a los académicos se les caiga la baba, y se les cae precisamente porque esta película de moderna o de indie no tiene absolutamente nada. Pero por encima de todo, lo que más me ha molestado, es que esta película, cuyo argumento en buenas manos tendría todas las papeletas, no me ha llegado. Y luego se preguntarán por qué no ha gustado en la India.

Doubt: La eterna duda


El otro día interrumpí mi repaso casi obligado por las películas estrenadas en España durante 2008 para continuar otro, el de las películas que compiten a los oscar referentes a los filmes del año pasado, aunque aquí en nuestro atrasado culturalmente, doblador y mal distribuidor país se estrenarán casi todas en 2009. Lucky us! Internet existe y no sólo sirve para el porno y la wikipedia (curioso, términos antónimos en la mayoría de pensamientos), sino que además nos da una maravilla llamada descargas directas.
¿Que quieres una película en calidad (casi) DVD para verla en un par de horas from now? No hay problema. ¿Y en V.O.S.? No hay problema. ¿Que quieres porno? Retrocede al párrafo anterior.

Así, cuando vi que esta película estaba para descargar no lo doubté ni un segundo, ya que había leído muy buenas referencias sobre este filme, en guión, dirección y sobre todo interpretación. Ya sabéis que a mi me gusta investigar en el rerefons de todas las películas, y veía en ésta una oportunidad para saciar mis ansias conspiratorias.

Cabe decir que este film ha sido aclamado por su gran reparto, que pese a ello y contra todo pronóstico, no le llevó a ganar el Globo de Oro, sino que éste fue a caer a manos de la revelación del año, Slumdog Millionaire. No sé por qué le estoy cogiendo manía a esta última, está todo el mundo un poco embobalicado con ella, como ya pasó con Juno (no la he visto) y Litlle Miss Sunshine (me gustó). Esperaré a verla en cines, y si es buena seré el primero en abanderarla, pero como no me guste todo el peso de mi crítica arbitraria, cruel y hiperbólica se cernirá sobre ella.
Como decía, Doubt cuenta con un excelente reparto canalizado de una manera óptima hacia unas magníficas actuaciones. A estas alturas no vamos a descubrir a Meryl Streep, pero sólo tengo que decir que hacía tiempo que no veía una actuación con tantos matices como la suya en esta película. Y qué vamos a decir de Philip Seymour Hoffman, genial en todos los registros; mayordomo pelota en The Big Lebowski, ejecutivo autodestructivo en Before the devil knows you're dead, o cura progresista en esta última. Me sorprendió asimismo la (al menos para mí) total desconocida Amy Adams, en su papel neutro y Viola Davis, que lo borda y te hace recordarla aunque sólo aparezca en una escena.

Las interpretaciones de este film no son unicamente grandes elementos que contribuyen a la verosimilitud y la tensión del mismo, sino que en este caso son claves. Y lo son porque lo que este film plantea es una concepción atemporal, el conflicto prácticamente irresoluble por excelencia (dejando a un lado el árabeisraelita), el choque entre la fe y la razón. Como en la enorme Fresas salvajes, cada personaje representa una visión, pero a diferencia de aquélla este choque se hace menos explícito al quedar enmascarado por un hecho menos profundo (aunque tampoco demasiado), la acusación de pederastia a un sacerdote. El desarrollo de esta cinta está ambientado en 1964, pocos años después del Concilio Vaticano II, que supuso la renovación de la institución eclesiástica católica y la confirmación de la tendencia progresista que habían adquirido muchos curas. Esta tendencia y el choque con la anterior se reflejan también de una manera brillante, pero no son sólo estos temas los que trata el magnífico guión de Shanley, sino que hay más: la pobreza, la diferencia hombre/mujer, el racismo, el autoritarismo y la educación, entre otros.
Es decir, una de esas películas profundas e implícitas que tanto me gustan, con el añadido que no es demasiado complicada para que una mente culta pero despistada como la mía pueda reparar en esos detalles subyacentes.

Con tal guión, pudiera parecer que la dirección sería en este caso secundaria, pero afortunadamente no lo es, porque Shanley, a parte de adaptar la novela, sabe trasladar ese texto a la gran pantalla mediante un ejercicio de atmósfera brillante, a lo que ayuda la gran fotografía de Roger Deakins, y un ejemplo de técnica también muy reseñable.
Quizás los detractores de este film puedan achacar un cierto regusto excesivo de teatralidad en muchas escenas, o la falta de una tensión más evidente entre el personaje de Streep y el de Hoffman, pero lo cierto es que estos elementos se corresponden de una manera adecuada al fondo de la historia que se cuenta.

El final, como no podía ser menos, deja con la boca y los ojos muy abiertos y viene a confirmar la teoría que se deja entrever a lo largo de la película. No quiero desvelar nada, pero lo el hecho de que la duda nunca se resuelva es un elemento más de por qué me encantó esta película: ¿fe o razón? Tú eliges.

Whodunnit awards (1): Las mejores series de 2008

Lo siento, he caído en el pecado. Como todo humano, no puedo resistirme a las listas, ofrecen una atracción demasiado grande, y yo soy débil...
Así que sí, que le vamos a hacer, haré una lista. Ahora estamos en temporada Oscar, así que aprovechando la coyuntura he creado unos premios del blog, este que últimamente parece que lea alguien más que yo (lo cual es un logro). Tengo en mente hacer un ránking asimismo de las películas del 2008, pero como son muchísimas y este año no he ido mucho al cine pues me llevará unos días (semanas). De mientras, para ir actualizando sin tener que escribir una crítica, os presento los Whodunnit awards a las mejores series que hayan tenido temporada en 2008. And the winners are...

Bien interpretada, bien dirigida, bien ambientada y sobretodo bien escrita. No os dejéis engañar por el cartel, no es la historia de un proxeneta del siglo XVI. Es un buen ejemplo (otro es Roma) de que las series históricas (más allá de las libertades que ésta se toma) no tienen por qué ser culebrones y pueden tener profundidad argumental. Me gustó.

En un principio, era escéptico con respecto a esta serie, y los dos o tres primeros episodios no me ayudaron a cambiar de opinión, pese a que el sello HBO pese mucho. Sin embargo, le di confianza y me respondió con un argumento muy original y una trama mucho más profunda de lo que parece. Creedme, no os desaniméis si tras el primer episodio pensáis que es la adaptación televisiva de Twilight. Lo que parece superficialmente una serie de adolescentes (eso sí, con sexo explícito, drogas y... música country), se transforma en una increíble metáfora sobre la exclusión social, el racismo, la ignorancia y los miedos... sobre todo los miedos. .


Ésta es una serie muy curiosa. Atrapa al espectador con una atmósfera muy difícil de lograr, vueltas de tuerca, personajes ambiguos, un ritmo increíble... Aun así hay un inconveniente. Después de unas temporadas, te empieza a cansar. Es como quien va todas las semanas a hacer puenting, al final acabas un poco harto de tanta adrenalina. Aquí pasa lo mismo, demasiadas tramas abiertas, demasiada información (a veces científicamente complicada) en muy poco tiempo, giros a veces increíbles (aunque no he visto tanta imaginación en poder de unos guionistas en muchísimo tiempo) y los siempre molestos episodios de relleno. En esta situación, y cuando empiezas a hartarte, viene un episodio como "The constant", que te deja con la boca abierta y los pelos de punta, y te vuelves a enganchar (pese a que la quinta temporada no haya empezado muy de allá). Malditos guionistas...

Esta serie pudiera definirse así: "si Bukowski hubiera sido rico y ligón", o así: "Apología del hedonismo, por David Duchowny". Y nos quedaríamos tan anchos. Lo cierto es que esta ficción es sexual (si la clasificamos X nos quedamos cortos), malhablada, cruel y a veces desesperante, pero también, a veces, es tierna, emocionante y reflexiva. Ha perdido cierta frescura en la segunda, quizás era una serie para una sola temporada (véase Prison Break), pero aun así se mantiene en un buen nivel, con sus toques agridulces y sus magníficos secundarios. Esperemos que la sepan cortar a tiempo o que busquen nuevas fórmulas, no como la antes citada.


Los detractores de esta serie dicen que es aburrida, que todos los capítulos son iguales. Estoy de acuerdo, pero ¿acaso en CSI no pasa esto?. Y encima, ellos tienen a Grissom (ejem... soso), y House tiene a... House. Un personaje tan genial como Sherlock Holmes (se nota la inspiración), odioso, pedante, borde... y que te encanta si no lo tienes que sufrir. Es curioso que después de cinco temporadas la serie no haya perdido calidad, y a mí al menos no me aburrirá nunca mientras esté House y mientras haya episodios tan míticos como el último de la cuarta.


Qué decir, todo lo que diga es poco. Es humor a la vieja escuela, humor de malentendidos, de situaciones esperpénticas, de freaks. Y esperemos que nunca desaparezca. Me encanta que en esta serie haya tres niveles de humor, el inteligente, el de toda la vida y el absurdo. Todo en uno, en un pack indivisible como Pascual Funciona. Y por si fuera poco, cuenta con unos personajes trabajadísimos, un reparto excelente y un formato (6 episodios por temporada) que tardará mucho en agotarse. Awesome.


No es casualidad que sus dos temporadas hayan sido premiadas en los globos de oro. Y aunque el principio de la segunda resulte inferior, luego repunta. Y vaya cómo. Me resultaría imposible resumir esta serie en un párrafo, tiene demasiados ápices, así que pondré palabras sueltas y que os inspiren unas cosas u otras: Publicidad, engaños, personajes ambiguos, ambientación, fotografía, atmósfera, vida urbana, vida americana, hombres, mujeres.
Vedla, en serio.


En esta serie el mcguffin no debería ser la marihuana, sino el vino. Porque mejora cada año, como el crianza. Cada temporada es un mundo totalmente distinto, una dimensión diferente. Y nunca te cansas, porque los secundarios se renuevan y los principales son tan reales que los podrías considerar amigos. No sólo tiene un humor negro hilarante, no sólo es un drama en ocasiones tristísimo. Es mucho más, es crítica a nuestra sociedad, es un canto a la vida, un lienzo de frustraciones, sensaciones y situaciones muy diversas.


Buff, nos vamos acercando a la ganadora. Y la subcampeona lo es por los pelos. Ya sabéis mi admiración por Dexter, pero os la vuelvo a repetir. Un personaje fantástico, una realización magnífica, una trama realmente conseguida. Y esta tercera temporada no ha defraudado, incorporando a otro two faces, el detective Miguel Prado, que aporta muchísimo a esta temporada, en una confrontación de western con Dexter. La ciudad es demasiado grande para dos asesinos en serie. Puntos en contra en la season 3: dos. El tema de la boda (mal llevado porque nunca llega a cuajar en la historia principal), y el último episodio, demasiado poco emocionante, resuelto demasiado rápido, como apresuradamente. Aun así, Dexter es Dexter, el lado oscuro que todos tenemos.


Y la ganadora es... El estreno del año. Una serie totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados (incluso hay dos maneras diferentes de verla). Nada de acción, nada de giros argumentales inverosímiles, nada de adolescentes con problemas increíbles, nada de persecuciones. Una habitación. Un psicólogo y su(s) paciente(s). Y no se necesita más.
Pocas veces he visto transmitir tanto con tan pocas palabras. Ésta es una serie de diálogos, de miradas, de gestos, de silencios. Sólo decir que algunos puntos álgidos no tendrían nada que envidiar a la escena de la habitación de Persona. Antes de llamarme hereje miradla, porque es impresionante. Esperemos que se confirme con una segunda temporada, y si no viene no importa, nos quedaremos tan a gusto con sus 43 episodios a cada cuál mejor.


Bueno, hasta aquí la ceremonia. Esperemos que hayáis disfrutado y que dejéis vuestros comentarios. ¿Cuál ha sido para vosotros la mejor?

P.D. Me habría gustado incluir dos series más, geniales. Una es Little Britain USA (pero no he visto la temporada entera) y la otra es Flight Of The Conchords (pero la segunda temporada se estrenó la semana pasada, así que no cuenta).

Wall-e: Algo nuevo bajo el sol

Estos días blancos me he propuesto algo: ver las pelis con el cartelito de "imprescindible" del 2008, las cuales no pude ver a lo largo del año como debería (cine, subtitulos, sin que nadie me moleste a menos que yo quiera...). Y es que nunca había visto tantas películas como este año, pero posiblemente nunca había ido al cine tan poco como este año, o al menos, nunca había salido tan poco satisfecho del cine como este año. Paradojas de la vida.

En fin, clavemos el tenedor. Después de ver 4 meses, 3 semanas y 2 días y La question humaine, decidí que le tocaba el turno a la película disney (almenos la "famosa") del 2008.
Reconozco que, una vez más, se daba una paradoja. Por una parte, cualquiera que me conozca (y quien no, aquí se lo digo), sabe que hay dos géneros que no suelo soportar: el musical y la animación disney. Esto ha sido así siempre, desde niño. Creedme que cuando ambos géneros se fusionaban (películas disney pre-pixar) quería o bien morir o saber como se le daba al FWD en el cine. Por eso mismo no fui al cine a ver ésta (riesgo económico demasiado elevado). Aún así, y aquí está la otra cara de la moneda, que me hubieran hablado tan bien sobre esta película y que hubiera leído tantas críticas positivas sobre ella hacía que guardara una cierta esperanza respecto a este filme. Resultado de la paradoja: un término medio.

Y es que Wall-e empieza con mucha fuerza, con unas secuencias iniciales que te dejan con la boca abierta, tanto por la realización virtual como por la audiovisual; todo está bien medido: música, efectos especiales, montaje... No hay nada que parezca hecho a la ligera. La primera (casi) media hora es casi sublime, una presentación casi perfecta, un prodigio de la animación (muchos toques infantiles, sí, pero no hay que olvidar que estamos hablando de Disney). Que aguante casi toda la película sin diálogos es una prueba del buen hacer de sus realizadores. Técnicamente es muy grande. Pero entonces, todo empieza a ir cuesta abajo, desde el olimpo de la animación baja progresivamente hacia la tierra firme, donde están sembradas todas las demás películas de la factoría del señor congelado.
Seguramente me digáis que exijo demasiado, que soy muy puntilloso. Cierto, pero luego veremos por qué. Antes, me gustaria comentar algunas de las cosas que hay detrás de la película, muy interesantes. Primero, se nos presenta la dicotomía entre lo antiguo y lo nuevo, entre las formas de vida antiguas, calmadas, casi rurales (representadas por Wall-e) y las nuevas, donde todo es volátil y lo que no sirve se destruye, donde todo está medido, calculado y sólo importan las cifras (representadas por Eve). Más tarde, y esto es lo que más me gusta del film, se nos muestra-mediante una cuidada pero no tan sutil crítica- en qué podemos convertir nuestra sociedad dentro de unos años (si no lo somos ya): tipos gordos, sin relaciones sociales, con el único entretenimiento de una pantalla delante de nuestras narices, con la influencia masiva de la publicidad y la obsesión por la belleza superficial. Una distopía bien representada y ciertamente muy creíble, donde hayamos destruido el planeta y nos encontremos vagando por el espacio sin voluntad para nada, sólo flotar y dejar que la marea nos lleve; donde una confianza ciega en las máquinas y un mal uso de ellas haya desterrado el amor por el conocimiento. Esta lectura (que por supuesto todo el mundo adulto podrá ver en mayor o menor medida) me gusta, es algo que no me esperaba, además de los guiños cinéfilos o a la historia de la ciencia ficción.

¿Qué no me gusta, entonces? La otra parte. La parte Disney de siempre, las diferentes manifestaciones de exactamente la misma historia. Estamos hablando desde la órbita cultural. (Diría que aquí vienen espoilers, pero si lo leeis veréis que no). Véase a un chaval, animal u objeto humanizado (Wall-e : Wally). El pobre es un solitario, es un looser que no tiene más compañía que su mascota (cucaracha). Un día sin embargo, conoce a una chica, animal hembra u objeto humanizado (Eve), y se enamora de ella, aunque a ella en un principio sólo le importe un objetivo determinado. Tras varias secuencias, el looser, casi de casualidad, se convertirá en héroe, logrando el objetivo que tanto ansía la chica y por tanto conquistándola (materialismo puro). ¿Os suena?. Seguramente sí. Por ello mismo, no puedo calificar tan bien a esta película como me hubiera gustado, quiero algo nuevo, que me sorprenda, quiero riesgo. No quiero uniformidad cultural, no quiero ver películas que he visto 100 veces. Aunque sean para niños.

Revolutionary Road: American Way Of Life? Bull Shit!


Hace unos días, me senté en mi apoltronada silla giratoria dispuesto -una vez más- a disfrutar de una película con una manta por encima y una buena almohada en la espalda.
Cuál fue mi sorpresa al comprobar que no sólo no sabía qué ver sino que además no tenía ninguna a mano, con lo cual mis planes de chill se iban bastante al garete.
Como un pajarillo decepcionado que comprueba que su regurgitación no surte efecto (ejemplo un poco asqueroso, lo sé, pero no he encontrado una expresión que defina mejor a esa sensación), me dispuse a agotar los últimos recursos que me quedaban, acudiendo a mi colección del diario Público -primero-
y a una web de películas online después.

Como comprenderé(is), no soy muy aficionado a este tipo de páginas, no por ser supuestamente ilegales (que no lo son, y aunque lo fueran no me importaría lo más mínimo) sino por la poca calidad de imagen que suelen ofrecer, además de porque la mayoría de filmes que se pueden ver o son de dudosa calidad o están doblados.

Mi sorpresa fue mayúscula (algo así como un pajarillo que observa que sus crías no se devoran entre ellas) al comprobar que había una película en V.O.S. Y no sólo una película, sino una de esas llamadas a triunfar en los Oscar. Lo cierto es que viendo el cartel, viendo los actores y viendo lo que he dicho en la frase anterior, perfectamente podría tratarse
de una versión terrestre de la pomposa Titanic, pero afortunada o desafortunadamente no lo es ni de lejos.

Revolutionary road (lo explico para el que no lo sepa, pues esta película se estrena en España el 23 de enero) trata básicamente de un matrimonio con hijos y su vida en el típico pueblecito americano de los años cincuenta. Aparentemente, y sólo leyendo la sinopsis, es una más, un dramón absurdo ambientado en otra época que sería digno de ocupar la parrilla de Antena 3. Por supuesto, no lo es.
Es ésta una película sustentada sobre todo en tres boyas: las soberbias interpretaciones de los actores, la magnífica dirección del americanbeauty Sam Mendes y una atmósfera genialmente conseguida.
Se trata de un guión construido a partir de una premisa básica, destruir la topicidad de la vida americana en los años cincuenta, que nos ha llegado a través de referentes culturales y que todos podemos describir. La película no nos dice en ningún momento que la imagen superficial de aquella sociedad no sea acorde a lo que nosotros pensábamos, lo que hace es transmitirnos algo muy importante: debajo de esa fina capa de felicidad, de desarrollismo posbélico, se esconde un contenido algo más problemático.

Con absoluto realismo se nos muestra la frustración de los sueños, la complejidad del paso a la vida adulta y, sobre todo, el miedo: miedo a crear nuevos caminos, miedo a tomar decisiones, miedo a la volatilidad de la vida (y de las personas), miedo a la rutina, miedo a no conocer el mundo. Y pese a tener todo este miedo, toda esta sensación de pesadumbre, no poderlo reconocer.
Cierto es, sin embargo, que la película adolece de algunos tópicos sobre estos dramas, algunos clichés argumentales y -sólo en muy contadas ocasiones- diálogos un tanto faltos de frescura. Pero lo más aplaudible es que introduce dos aspectos muy novedosos -o al menos para mí-. El primero, un personaje brutal -el hijo loco (o así lo presentan, para mí es el único cuerdo) de unos vecinos-, algo así como la voz de la conciencia, el único, en un mundo de hipocresía, que no teme decir lo que piensa. El segundo, tres secuencias finales geniales, intercaladas eso sí por una escena que parece recurrir al happy end (dentro del drama absoluto, por supuesto) o si más no, hope end. Por suerte, esta escena queda totalmente borrada con la última del filme, un final digno de una gran película.

No voy a hacer mucho más extensa la crítica pues revelaría algunos detalles que, al faltar bastante para el estreno, frustrarían a más de uno. Pero únicamente decir que esta película entusiasmará a aquellos que disfrutaron de American Beauty, y decepcionará a aquellos que, por el cartel o por el reparto, esperaban un drama romántico al uso.
Cabe mencionar, por último, que esta obra recuerda -y mucho- a la serie americana Mad Men, como ésta, un auténtico prodigio de técnica, interpretaciones y atmósfera, y que criticaré cuando tenga algo más de tiempo.