Mulholland drive: la carretera de los sueños


Ni que decir tiene que David Lynch es uno de los directores vivos más interesantes y arriesgados del panorama internacional.
Asociar la palabra "polémico" a su cine parece ya casi una redundancia, y aunque su enorme capacidad imaginativa parece ser aceptada por casi todo el mundo, las reacciones a su filmografía vienen a menudo lastradas por un cierto fanatismo tanto por parte de sus, en ocasiones, demasiado fieles seguidores como por sus detractores. Con relativa frecuencia los críticos y líderes de opinión cinematográfica se dejan llevar por el nombre de este cineasta y encumbran o infravaloran películas sin ni siquiera haberse esforzado a pensar sobre ellas.
Por ello creo que una opinión escéptica con la fama de Lynch y libre de prejuicios, es la más válida para describir sus films. Con esa intención, y desde un cierto desconocimiento y neutralidad ante su obra, me gustaría escribir unas líneas sobre una de las más famosas y características películas del realizador, Mulholland Drive.

Es curioso el hecho de que, si tenemos en cuenta la progresión dramática clásica, la película es un cortometraje de veinte minutos sobre el desamor homosexual. Y si vemos esos veinte minutos finales sin ver las dos horas anteriores y nos ponemos a analizarlos, vemos que lo que se cuenta es una historia bien narrada y estructurada, con un guión inteligente, una maravillosa música y unas excelentes interpretaciones. Nada excepcional, por supuesto.
Lo excepcional son las dos horas anteriores, porque lo que vemos previamente es, lejos de lugares comunes, el sueño (con sus dos acepciones) puesto en imagen. Y contrariamente a lo que pudiera parecer, no se ha de entender esta ensoñación como algo abstracto o surrealista, porque la mayoría de escenas entran en lo comprensible y lo verosímil. Entonces, ¿a qué me refiero con "sueño puesto en imagen"? Pues muy sencillo. Lo que hace Lynch, y por lo que te deja con la boca abierta cuando has tenido tiempo de reflexionar unos momentos, es trasladar la estructura de cómo soñamos al lenguaje cinematográfico.
Escenas deshilachadas entre sí se suceden en una carretera que conduce al universo lynchiano lentamente, mientras el espectador se desliza sin querer darse cuenta a pesar de las señales (los ancianos sonrientes, el cowboy AKA Lynch en pantalla...), y cuando ya llevamos un buen rato en el mundo de David, cuando todo parece que deja de tener un sentido lógico, llega la conclusión final y nos damos cuenta que las piezas del puzzle que deseábamos resolver no encajan entre ellas, que son meros apuntes subconscientes que nos otorgan un papel interpretativo, en el cual se nos hace imposible discernir cuáles de los sueños de Diane/Betty son reales o simples deseos y cómo se sucedieron los hechos (si es que lo hicieron) en realidad. La moraleja, al final, se nos presenta cruel aunque real, sin azúcar: por mucho que soñemos no podemos cambiar lo que ya ha sucedido.

Por supuesto, no es casualidad que la historia se ubique en Hollywood, ni que la protagonista sea una actriz que sueña con introducirse en el mundo de los grandes estudios, ni la dualidad rubia americana/morena extranjera ya presente en otras obras del autor. Y es que como en la magnífica Blue velvet, la bella capa superficial del mundo de las estrellas, ésa que asombra a Betty al salir del aeropuerto de Los Ángeles, esconde un iceberg de suciedad sórdida y cruel, una putrefacción que, como la oreja de Lamberton o el cadáver de Diane, nos cuesta asimilar.

La estructura del film, si uno no presta toda su atención, puede parecer tremendamente complicada, puede hacer que nos desentendamos y desconectemos de la película, más si tenemos en cuenta las pocas pistas (aunque suficientes) que en esta ocasión se nos ofrecen.

Curiosamente, esta cinta recuerda más a otras como Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Gondry, 2004) que a la última película del realizador, Inland Empire, ya que a diferencia de ésta, Lynch no se deja dominar completamente por la búsqueda de un nuevo lenguaje, no antepone su universo fílmico y teórico a una historia, no se olvida del espectador. Mulholland Drive es, en comparación con la última obra del autor, menos depurada teóricamente en la evolución comenzada con Lost Highway, pero sin duda es mucho más entretenida, mucho más bella (cómo olvidar por ejemplo la pulsión de la escena erótica de las protagonistas) y quizás contiene mucho más cine que aquélla, pues al contrario de la citada, es completamente disfrutable y admirable sin tener que descifrar una sinopsis, como si se tratara de un buen cuadro abstracto.