Caché: Memoria y miedo


Debo confesarme antes de expresarme: ésta era la primera película de Haneke que veía. Me lo habían recomendado, me habían dicho que por su estilo seguramente me gustaría... pero nada.
Como casi todo en esta vida, las cosas buenas llegan sin buscarlas, y en esta ocasión no fue excepción que confirma.
El caso es que haciendo zapping en uno de los pocos momentos en que veo la tele, llego a La 2, et voilà, emisión de película buenísima pagada con nuestros impuestos. Ya era hora.

La cinta viene alabada por dos de los premios más importantes a nivel mundial actualmente, el de mejor dirección y el FRIPESCI de un festival tan prestigioso como el de Cannes. Y ya desde la primera toma, te das cuenta que es chicha de Cannes: encuadre fijo de varios minutos de una calle residencial, y de repente, después de unos créditos por lo menos originales, la imagen rebobina y avanza, y unas voces en off hablan sobre la imagen que ven. En ese momento parece imposible no ver lo que nuestro amigo Michael nos quiere decir, algo así como "Eh, aquí estoy yo, yo soy el dueño y señor de esta ficción y voy a hacer lo que me salga de mis pelotas austríacas me plazca con ella". Y lo cumple, porque a partir de ese momento el director no se cansa de jugar con sus personajes y jugar asimismo con nosotros, tensando la cuerda a lo Hitchcock, haciéndonos pensar, modificando el lenguaje del cine de una manera sutil e integrada.

Pero Haneke no se queda, menos mal, en escritor con estilo y sin historia, y nos presenta rápidamente a las piezas del puzzle: una familia francesa de clase-media alta, aparentemente feliz, empieza a recibir cintas de vídeo en las que se observan imágenes de su calle y de su casa, unidas a dibujos infantiles macabros y a llamadas telefónicas sospechosas. Una sinopsis así, firmada con brío, podría dar a un más que decente thriller psicológico, pero claro, Haneke no se iba a conformar sólo con eso. Las cintas de vídeo, en esta película, son algo así como una espinita clavada en la planta del pie; al principio uno no le da importancia, no es nada serio, pero la espina sigue ahí, y poco a poco va causando dolor, infección, afectando a otras partes del cuerpo, revelando culpas y miedos ya aparentemente olvidados. Haneke sabe que no es oro todo lo que reluce, así que coloca su monolito en la luna, observa y toma nota.

La película tiene al menos dos capas de significado claramente observables: la que se refiere a miedos y memorias individuales (protagonista y su familia) y la que se refiere a lo mismo pero en el ámbito colectivo (Francia y su pasado reciente). A nivel de las relaciones familiares, el director nos muestra con escepticismo la situación de una familia normal, bienestante, y nos plantea que el suelo que sostiene la estructura no es tan sólido como pudiera parecer. Y la familia feliz ya no es tan feliz: el padre (inmensa interpretación de Daniel Auteuil) vive con una alta carga de culpa a causa de un suceso de su infancia y es incapaz de confiar en sus personas más allegadas; la madre sólo puede consolarse con un amante, mientras que el hijo, en plena adolescencia, no parece encontrar el necesario apoyo de sus padres. Y es aquí cuando el fantasma del pasado se hace evidente de manera genial y metafórica: el niño argelino, abandonado por sus padres adoptivos y su hermanastro francés, se ha hecho mayor y malvive con su hijo joven en un apartamento. Su suicidio (uno de los planos más sobrecogedores que he visto en una pantalla) es inevitable ante el olvido sistemático por parte de Francia.
Sí, digo bien, de Francia, porque tras el suicidio empiezas a atar cabos de la sobrecogedora metáfora que Haneke se ha sacado de la manga para describir la situación de los países en vías de desarrollo en relación al mundo occidental. Y empiezas a darte cuenta de los detalles previos: la tonta discusión con el inmigrante al salir de casa, la inmensa biblioteca presidida en su centro por un televisor siempre encendido que emana una constante paranoia xenófoba, la acusación del secuestro hacia el hombre argelino y su hijo, el gallo decapitado...
Todo forma parte de lo mismo, y nos habla de la historia de Francia de los años 60 hasta la actualidad: un buen día, la Argelia adoptada se convierte en un problema para los padres franceses, que deciden abandonarla a su suerte ante la mirada pasiva de su hermanastro, que vive, rico, pero con una alta carga de culpa escondida tendiente a florecer. El hermano argelino, pobre, tiene un hijo que ha visto las penurias del padre y no quiere agachar la cabeza sino reivindicar ("sólo quería saber lo que se siente al cargar con un hombre") en voz alta. El francés mira para otro lado, le pide que no alce la voz porque se avergüenza delante de sus hermanos occidentales. Haneke, con su famoso plano final, a parte de hacerse él mismo patente y hacer cavilar al espectador poco ávido un poco más, nos muestra el futuro de dos jóvenes, uno argelino y el otro francés, condenados a entenderse.

En resumen, una impresionante y sobrecogedora película, una verdadera obra abierta y arriesgada, que desgraciadamente ha sido infravalorada por el público.

Monstruos invisibles: Flash


Hace poco, gracias a la recomendación de un fella muy "xulu", compré y leí esta novela del conocido y buen autor americano Chuck Palahniuk, sí sí, el de El club de la lucha.
Pues bien, aunque no era la primera novela (en concreto la tercera) que me leía de este provocador contemporáneo por excelencia, no cesó de dejarme con ese regustillo agridulce de sus novelas y me sorprendió, aunque todo hay que decirlo, bastante menos que las dos anteriores.

Como viene siendo habitual a lo largo de su obra, nuestro amigo Chuck se mofa de la sociedad occidental actual y más concretamente de la estadounidense. En esta ocasión, sus envenenados dardos van cargados con un veneno al menos tan extravagante como el de Asfixia, y su destinatario es el narcisismo dominante en el mundo en que vivimos. Pero no se queda ahí, sino que hace un estupendo análisis (posiblemente lo mejor del libro) de la visión de la homosexualidad por parte de la, según su parecer (y según el mío también), hipócrita sociedad estadounidense.

La novela también nos presenta uno de los recursos estílisticos más usados por su autor: los saltos de tiempo. Este recurso permite a la obra ser un puzzle incompleto en tiempo y en descripción de personajes; y es que a medida que vamos colocando piezas entendemos no sólo la linealidad temporal (y espacial) de la historia sino además la definición de sus personajes, sobre todo de la principal, ya que aunque el narrador coincida con la protagonista de la historia su descripción mediante el monólogo interior es muy escueta y nos transmite una sensación de vacuidad.
Como en El club de la lucha, este libro empieza por el final. Y como en aquél, no entendemos absolutamente nada de este final, ni quienes son sus personajes ni qué motivaciones han provocado que lleguen a esa situación. A lo largo de la primera parte, cuando ya conocemos a sus protagonistas, seguimos sin entender cómo será posible ése final, porque echamos en falta una relación causal evidente. Y eso es lo que te atrapa de la novela, porque aun teniendo en cuenta que su estructura principal está basada en un Whodunnit? bastante simple (aunque cargado de significado), esta especie de road book está recubierto de capas de sentido, personajes peculiares, situaciones extravagantes y diálogos que van un paso más allá de la profundidad hasta llegar a ser pura esencia del pensamiento de sus protagonistas y de la sociedad que los condiciona.

Una vez más, el autor nos plantea una de sus obsesiones: la doble personalidad. No sólo nos presenta la clásica dicotomía persona interior/personaje exterior sino que nos habla de la máscara que supone el maquillaje, el cambio de sexo y la cirugía estética, y cómo estos elementos construyen un mundo de apariencias, donde si se está fuera del cánon de bello/joven/heterosexual uno se puede convertir en un monstruo invisible, cosa que, si tenemos en cuenta las características de nuestra sociedad, es aparentemente lo peor que te puede ocurrir.

A pesar de sus aciertos y a diferencia de El club de la lucha y Asfixia, ésta me parece una novela algo fallida. Primeramente, su objetivo de descripción y crítica de un sistema social narcisista, drogado con productos farmacéuticos, homófobo e hipócrita queda algo emborronado por la extravagancia y en ocasiones inverosimilitud de sus situaciones y personajes, que llegan a resultar ajenos y poco humanos, aunque éste sea precisamente uno de los objetivos del autor. Esta cierta falta de interés que provoca viene secundada por la utilización del tiempo en la novela y la estructura en forma de puzzle que antes comentábamos, que a veces destila un olor a innecesidad y a tedio, más si tenemos en cuenta que su único sustento es descubrirnos who have done it y otros fuegos de artificio más (algunos bastante previsibles).
Sin embargo, leer esta obra merece la pena, y aunque posiblemente no sea la mejor del autor, sí que se observa en ella sus obsesiones, aciertos y fallos, además de hacernos reflexionar sobre el componente altamente narcisista y suicida de nuestras vidas.

Dame más novelas buenas, Chuck.
Flash