Los girasoles ciegos

José Luis Cuerda nos presenta una adaptación cinematográfica de la novela de Alberto Méndez Los girasoles ciegos, en la que peca de partidista. Se entretiene con incesantes clichés más que consabidos sobre la maldad de los afines al bando franquista y la bondad de los republicanos. Ahí se queda. Ni siquiera se atisba un intento de ahondar en personalidades más complejas dentro del marco de las personajes que vivieron la Guerra Civil (lo miserable que fue la guerra y la posterior dictadura están más que patentes en los libros de historia y en la memoria de los españoles que vivieron ese triste periodo). En el fondo, es el reflejo de una España inmadura que se sigue aferrando a uno de sus episodios más lamentables sin reparar en que hubieron personas buenas y malas en los dos bandos, inteligentes y estúpidas, interesantes y mediocres. Pero no, los afines, tanto al bando franquista como al republicano siguen en sus trece de adoptar siempre el papel de buenos de la película, constatando así que no ven más allá del blanco o el negro, el azul o el rojo.

De todas formas, Cuerda plasma con maestría la interesantísima trama que se desarrolla a partir de la obsesión de Salvador (Raúl Arévalo), un diácono recién llegado del frente, por Elena (Maribel Verdú), la madre de un alumno suyo. Así, desglosa sagazmente las diversas tramas que componen el film de manera que ésta cobre mayor importancia.

La huida de Elenita (Irene Escolar), hija de Ricardo (Javier Cámara) y Elena, con Lalo (Martín Rivas) a Portugal sólo llama la atención por inverosímil, dado que sólo han de cruzar un bosque para llegar a la frontera con Portugal desde Ourense. Además, el excesivo melodramatismo de la escena no contribuye positivamente al film; ya que la muerte de dos personajes a los que apenas conocemos no emociona demasiado al espectador. En cambio, probablemente hubiera resultado más convincente quedarse únicamente con la escena en la que podemos ver a Ricardo, en el momento en que descubre la noticia y cómo la oculta al resto de la familia.

Cabe destacar, por encima de otros recursos técnicos, la notable fotografía de Los girasoles ciegos. La iluminación es clave en las escenas de mayor intensidad dramática, ya que contribuye decisivamente a emocionar y conmocionar al espectador. Desde aquí, aprovecho para felicitar a Hans Burmann, el director de fotografía, por su magnífica labor en este film.

También quiero resaltar la elogiable interpretación de Raúl Arévalo, bajo la piel del siniestro Salvador, en confrontación con un Javier Cámara que sobreactúa demasiado en los momentos de desesperación.

2 comentarios:

Travis dijo...

M'Has fastidiao la peli, tio (aunke no iba a verla).
No puedes decir quién se muere, joer!
A parte de eso sta interesante.

Anónimo dijo...

Eso que pone la crítica no es el final. De hecho, el final explica cómo concluye la relación entre el diácono y Elena. Ya pone en la crítica que esa trama no tiene mayor relevancia en un film que acaba resultando bastante previsible.