Pregúntale al polvo: Ask myself

Dice Charles Bukowski en el prólogo: "He ahí un hombre que no se asustaba de los sentimientos". Da en el clavo, como de costumbre. Si hay algo que destaque por encima del resto en esta excelente novela es la manera con la cual Fante nos transmite las sensaciones que vive su personaje. Quizás no use tantas palabras, no use adjetivos grandilocuentes, pero lo consigue, no sabría muy bien explicar el cómo.

Llegué a conocer a este autor gracias a Bukowski, el cual mencionaba en un libro suyo que Fante era el autor que más le había influido en su manera de escribir (también es curioso cómo llegué a Bukowski a través de Rafael Lechowski y su disco Donde duele inspira, que algún día comentaré). Entusiasmado por la idea de conocer a otro gran escritor con el que saciar mis ansias novelescas, compré Camino de Los Ángeles, primera novela del autor. Pese a que contenía bases de un estilo muy marcado y tenía fases narrativas absolutamente geniales, el conjunto general transpiraba un humo de inexperiencia. Me sorprendió gratamente, sin embargo, la manera en que el autor unía drama y comedia al mismo tiempo que describía un lugar, una clase social y una época con una crudeza hiperrealista.

Podríamos decir que Fante evolucionó con su personaje
alter ego, Arturo Bandini. Mientras que en Camino de Los Ángeles tanto el escritor como el personaje sufren una evidente inmadurez, en Pregúntale al polvo ambos alcanzan la edad madura. Y es éste precisamente el hilo conductor de la novela, el paso de la adolescencia al mundo adulto casi a marcas forzadas. Enfrentarse a la soledad, a la pobreza, a la sexualidad, a la marginación social, la tristeza... Desde los ojos de un niño puede hacer que éste se convierta en un adulto más rápidamente de lo que debería.

La novela ha envejecido magníficamente, si bien es cierto que algunos acontecimientos narrados pueden sorprender, se dan otros cuya idiosincrasia podría repetirse hoy, pese a que han pasado más de setenta años desde la época que se describe en la historia. El por qué de este hecho es sencillo: el entorno y lo material cambian, pero los sentimientos, aquello que nos hace humanos, son perennes. El habitual monólogo interior, la narración en primera persona y el hecho que el protagonista tenga la misma edad que el que escribe estas líneas han contribuido sin duda a una mayor recepción de las inquietudes del protagonista; así como la magnífica descripción historicogeográfica. Sin apenas detalles, aquí no hacen falta.

Los girasoles ciegos

José Luis Cuerda nos presenta una adaptación cinematográfica de la novela de Alberto Méndez Los girasoles ciegos, en la que peca de partidista. Se entretiene con incesantes clichés más que consabidos sobre la maldad de los afines al bando franquista y la bondad de los republicanos. Ahí se queda. Ni siquiera se atisba un intento de ahondar en personalidades más complejas dentro del marco de las personajes que vivieron la Guerra Civil (lo miserable que fue la guerra y la posterior dictadura están más que patentes en los libros de historia y en la memoria de los españoles que vivieron ese triste periodo). En el fondo, es el reflejo de una España inmadura que se sigue aferrando a uno de sus episodios más lamentables sin reparar en que hubieron personas buenas y malas en los dos bandos, inteligentes y estúpidas, interesantes y mediocres. Pero no, los afines, tanto al bando franquista como al republicano siguen en sus trece de adoptar siempre el papel de buenos de la película, constatando así que no ven más allá del blanco o el negro, el azul o el rojo.

De todas formas, Cuerda plasma con maestría la interesantísima trama que se desarrolla a partir de la obsesión de Salvador (Raúl Arévalo), un diácono recién llegado del frente, por Elena (Maribel Verdú), la madre de un alumno suyo. Así, desglosa sagazmente las diversas tramas que componen el film de manera que ésta cobre mayor importancia.

La huida de Elenita (Irene Escolar), hija de Ricardo (Javier Cámara) y Elena, con Lalo (Martín Rivas) a Portugal sólo llama la atención por inverosímil, dado que sólo han de cruzar un bosque para llegar a la frontera con Portugal desde Ourense. Además, el excesivo melodramatismo de la escena no contribuye positivamente al film; ya que la muerte de dos personajes a los que apenas conocemos no emociona demasiado al espectador. En cambio, probablemente hubiera resultado más convincente quedarse únicamente con la escena en la que podemos ver a Ricardo, en el momento en que descubre la noticia y cómo la oculta al resto de la familia.

Cabe destacar, por encima de otros recursos técnicos, la notable fotografía de Los girasoles ciegos. La iluminación es clave en las escenas de mayor intensidad dramática, ya que contribuye decisivamente a emocionar y conmocionar al espectador. Desde aquí, aprovecho para felicitar a Hans Burmann, el director de fotografía, por su magnífica labor en este film.

También quiero resaltar la elogiable interpretación de Raúl Arévalo, bajo la piel del siniestro Salvador, en confrontación con un Javier Cámara que sobreactúa demasiado en los momentos de desesperación.

Dexter: Cómo identificarse con un asesino en serie

He decidido romper la botella de champán de este blog con una reseña sobre una serie que ejemplifica el trabajo bien hecho.

Primero, pongámonos en situación. Dexter es una serie producida por la productora/cadena de televisión Showtime. Partes de su trama y personajes están basados en las novelas homónimas de Jeff Lindsay, un autor no conocido, al menos por mi parte.
Básicamente, la trama argumental gira en torno a Dexter, un joven fiscal experto en hematología de la policía de Miami.

Hasta ahí, todo normal, estamos más que acostumbrados a series policiales-científicas del estilo CSI.

Lo que cambia en esta serie -y lo que hace que sea más atrayente para el espectador- es que la trama no está basada principalmente en los casos de asesinato que surgen en todo departamento policial, sino más bien en los asesinatos que el propio Dexter comete. Sí, el joven protagonista no es aquí el típico héroe policía que salva de la muerte a embarazadas indefensas, sino un meticuloso y sanguinario asesino en serie.

Pero, ¿Cómo lograr que la audiencia tenga una experiencia catártica con un personaje semejante?
Muy fácil, con el principio al que yo llamo Robin Hood. Este principio se basa en que la única manera de que el espectador/lector se identifique con un personaje moralmente deleznable es que las fechorías que comete vayan dirigidas hacia alguien de peor calaña. Hay quien pudiera ver aquí una oculta apología de la pena de muerte, pero este argumento es un poco retorcido.
La serie logra con ésto profundidad, porque los personajes que intervienen no forman parte de los "good guys" ni de los "bad guys", sino que se mueven en zonas moralmente grises, es decir, más como en la vida real.

Decía al principio de la entrada que se trata de una serie que pone de manifiesto el trabajo bien hecho. Éste es su principal fuerte, pues ya desde el propio argumento se intenta huir de los cánones de la ficción televisiva. Se trata de crear un ambiente, ponernos en la piel de un personaje con dos caras completamente distintas. Ésto lo consigue mediante tres aspectos magnánimamente empleados:
El primero de ellos es la gran interpretación del actor que hace de Dexter, Michael C. Hall. Aunque lo parezca, no es fácil interpretar a un personaje sin emociones, pero él lo consigue de una manera soberbia.
El segundo aspecto al que me refería es la voz en off, necesaria para establecer (en este caso) un vínculo díficil de crear entre espectador-personaje, como pasa por ejemplo en algunas películas de Scorsese.
Por último, ya en una vertiente un tanto más técnica, la creación del ambiente necesario también está lograda con la iluminación, uso de diferentes objetivos, con el empleo de filtros en determinadas escenas e incluso con una BSO bien escogida.

P.S. No caigáis en la tentación de ver esta serie en su versión doblada. No se trata de gafapastismo subtitulero, sino que la voz de nenaza que le han puesto a Dexter baja la credibilidad de la serie notablemente, además de hacer inútil el trabajo del actor protagonista.